Ya despierta tu oído:
al borde del arroyo la oropéndola,
el cuclillo, el ruiseñor, la codorniz;
luego la alegre reunión de campesinos
disuelta por el rayo,
y por último el canto pastoril
después de la tormenta, acción de gracias.
Los sonidos del campo,
Beethoven,
que no exigen tributo.
Siempre ensordece una ciudad,
incluso Viena.
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