
El pasado 11 de marzo se producía en la localidad aragonesa de Borja el repentino fallecimiento de la prestigiosa autora Ana María Navales (Zaragoza, 1939), a los 70 años de edad. Doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza, y profesora de Literatura Hispanoamericana, Ana María fue una escritora de raza, muy interesada en la relación de las mujeres y la literatura, cuyo trabajo, además de hacerle merecedora de importantes distinciones, enriqueció la narrativa, el ensayo y, sobre todo, la poesía, a la que también consagró generosos esfuerzos de difusión; no en vano fundó la revista "Albaida", y, siendo directora de la destacada revista cultural aragonesa "Turia", prestó siempre especial atención a los jóvenes valores de la poesía española. En este sentido, no sólo tuve la suerte de que mi creación literaria le interesase: también me hizo el honor de ofrecerme su amistad.
Para rendir aquí un sentido homenaje a Ana María Navales, nada mejor que recordar a renglón seguido uno de sus más sencillos y, a la vez, vibrantes poemas, donde afloran su personalidad volcánica y su irrenunciable pasión por la vida. Pertenece al poemario Escrito en el silencio, y, por supuesto, figura en el volumen titulado Travesía en el viento, editado por Calambur en 2006, y en el que se reúne la práctica totalidad de su obra poética:
"Señora,
hoy ha derramado usted
sobre mí, como un licor,
toda su tristeza.
No me engaña su cara
de peonza dando vueltas
y bailando todo el día
al son que tocan los fantasmas
que regresan del olvido.
Ni me asombra su maquillaje,
el lápiz negro que agranda
la vacía mirada
y escribe por todas partes
el invierno de hielo
en que usted, señora, vive.
No me molesta su traje
ceñido o el ácido perfume
por un largo pasillo de sombra
que anuncia su disfraz.
Pero no pretenda hablar
conmigo, con palabras perdidas,
mientras la sacarina se disuelve
en el fondo de un café frío,
lleno de atardeceres perezosos.
Yo bien quisiera poner
sonido a algún pensamiento
suyo, limpiar de algunas telarañas
y polvo su casa
o abrirle las ventanas a la vida
y regar sus macetas
con aguas de ensueño.
Incapaz para el milagro,
señora, perdóneme el egoísmo:
me quedan pocas tardes de sol
y debo aprovechar mi tiempo
para encender las últimas hogueras.
No puedo prestarle mi hombro,
lo siento, créame, y espero
que lo comprenda: ni usted
ni yo tenemos ya remedio."
3 comentarios:
...buen homenaje...
Conozco por tu blog esta noticia que me sobrecoge.
Conocía a Ana María y ella disfrutaba con mis versos.
Confío en que desde el cielo seguirá leyéndome.
Yo disfruto con los versos que de ella aquí nos dejas.
Un abrazo
Muchas gracias, amigos, por sumaros a este pequeño pero emocionado homenaje a Ana María. Que siempre nos acompañen sus versos y su ejemplo de generosidad.
Abrazos.
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