del gran compositor francés Hector Berlioz (1803-1869), genio indiscutible, amén de personaje prototípico, del Romanticismo musical: el referido a su primer encuentro con el teatro del inglés William Shakespeare (1564-1616), y la inmediata influencia que ello tuvo en su creación y su propia vida. A través de la lectura del presente pasaje podemos advertir, además, las fabulosas dotes de Berlioz como escritor:

"Hablaré aquí del mayor drama de mi vida. No contaré todas sus dolorosas peripecias y me limitaré a decir lo siguiente: una compañía inglesa vino a París a representar algunos dramas de Shakespeare desconocidos por aquel entonces del público francés. Asistí al estreno de Hamlet en el Odeón y vi en el papel de Ofelia a Harriet Smithson, quien, cinco años después, se convirtió en mi esposa. El efecto de su prodigioso talento o, mejor aún, de su genio dramático en mi imaginación y en mi corazón sólo podría compararse con la turbación que produjo en mí el poeta de quien ella era tan digna intérprete. No puedo decir nada más.
Shakespeare me fascinó desde el primer instante. Su rayo, abriéndome el cielo del arte con su estruendo sublime, me iluminó sus más alejadas profundidades. Reconocí la auténtica grandeza, la auténtica belleza, la auténtica verdad dramática. Al mismo tiempo, comprobé lo ridículo de las ideas que sobre Shakespeare se habían difundido en Francia por obra de Voltaire... y la miserable mezquindad de nuestra vieja Poética de pedagogos y zafios frailes. Vi..., comprendí..., sentí que estaba vivo y que tenía que levantarme y caminar.

Pero el zarpazo había sido brutal y tardé mucho tiempo en recuperarme. A una melancolía intensa, profunda, insuperable, se añadió un nerviosismo, que definiría como insano, del que sólo un gran fisiólogo podría dar una idea aproximada.
Junto con el sueño, perdí el gusto por mis estudios y la posibilidad de trabajar. Vagué sin rumbo por las calles de París y por los campos de las afueras. A fuerza de cansar mi cuerpo, en tan largo período de sufrimientos, recuerdo que sólo logré tener cuatro sueños, sueños parecidos a la muerte: una noche entre unos matorrales cerca de Ville-Juif; un día en un prado en los alrededores de Sceaux; otra vez sobre la nieve, a orillas del Sena helado en las cercanías de Neuilly; por último, en una mesa del Café du Cardinal, en la esquina de rue des Italiens con rue Richelieu, donde dormí cinco horas ante el temor de los camareros que no se atrevían a acercarse temerosos de encontrarme sin vida (...)
Al día siguiente se representaba Romeo y Julieta...
Tras la melancolía, los terribles dolores, el lacrimoso amor, las crueles ironías, las oscuras meditaciones, el corazón destrozado, la locura, las lágrimas, los lutos, las catástrofes, los trágicos acontecimientos de Hamlet, tras las amenazadoras nubes y los vientos helados de Dinamarca, exponerme al ardiente sol, a las noches perfumadas de Italia, asistir al espectáculo de este amor, rápido como el pensamiento, hirviente como la lava, imperioso, irresistible, inmenso, mudo y hermoso como la sonrisa de los ángeles, a estas furiosas escenas de venganza, a estos exasperados abrazos, a estas desesperadas luchas entre el amor y la muerte, era excesivo. A partir del tercer acto, con la respiración entrecortada y sufriendo como si una mano de hierro me oprimiese el corazón, me dije plenamente convencido: "¡Ah! ¡Estoy perdido!". Tengo que añadir que no sabía una palabra de inglés, que entrevía a Shakespeare a través de las nieblas de la traducción de Letourneur y que por tanto no lograba percibir la trama poética que envuelve como una red de oro sus maravillosas creaciones."

(Imagen 1: Retrato de Hector Berlioz, en su juventud.)
(Imagen 2: Retrato de William Shakespeare.)
(Imagen 3: Retrato de la actriz irlandesa Harriet Smithson, primera esposa de Berlioz.)
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