El perezoso alimenta su pereza
y envilece,
ajeno a sí, a su profundo drama:
sólo el diligente habitual,
exprimiendo la vida entre las manos,
toma conciencia de su absurdo.
El perezoso,
entero en la quietud más rubicunda,
se asemeja al sol de los inviernos:
despertará después.
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