lunes, 30 de marzo de 2015

Los valses olvidados - "Afinando: escritos sobre música" ("El Ballet de las Palabras")


Vengo constatando el abandono paulatino de la tradición que más valoraba, con mucha diferencia, en el contexto de las celebraciones de boda convencionales: el vals de la apertura de baile a cargo de los novios. De origen enteramente popular -encontramos sus raíces en el folclore de ámbito germánico, concretamente en la vistosa danza denominada "ländler"-, el vals, durante el siglo XIX, devino entretenimiento no sólo burgués sino también aristocrático, e incluso la llamada "música culta" no pudo resistirse a la formulación del vals vienés, con su flexibilidad, su ligereza apasionada, su magia reiterativa pero en constante transformación. Barrido casi por los nuevos sones populares urbanos que llegaron de Norteamérica a partir del siglo XX, el vals, no obstante, supo sobrevivir conservando una aureola de distinción, y buena prueba de ello fue, precisamente, su presencia tan oportuna en las celebraciones matrimoniales: nada podía expresar con mayor elegancia, y con mayor capacidad de síntesis también, la nostalgia por un romanticismo de cuento de hadas válido, al menos, durante la deliberada fastuosidad de las nupcias.

Hoy cada vez resulta más frecuente encontrar a los novios salpicados de un repertorio trivial, y, desde luego, no por las resistencias que el vals pueda ofrecer para ser bailado dignamente. La causa -ésta sí preocupante- tiene que ver con la imposibilidad de vincularlo a un discurso del corazón; a una memoria sentimental que, en el caso del oyente medio, viene forjándose completamente al margen de la historia de la música, y ello por culpa de un general ambiente que se ha afanado y se afana en preterir las joyas del arte del sonido de forma sistemática y grosera. Pasados los días de su popularidad, el vals -exactamente lo mismo que nuestra zarzuela- parece convertido en una pieza de museo, y ni siquiera la más hermosa, la más refinada, la más sublime reliquia -supuesta reliquia- podrá competir nunca con el éxito de turno que acabó marcando a fuego -simplemente pasando por allí, sin méritos mayores- la andadura de un amor.

Una vida inmortal palpita en los grandes valses de la historia; no sólo en el rey de todos ellos, "der König aller Walzer": El bello Danubio azul, de Johann Strauss hijo. Pero, en lo que a las bodas estrictamente atañe, me conformaría con que, por estos pagos, las primorosas parejas no dejaran en la puerta a un invitado tan señero; con que los felices contrayentes no olvidaran jamás esa sola partitura aún más feliz. Simplemente por un respeto básico: el que nos debemos los humanos como seres históricos que somos. Y como eternos perseguidores de belleza.


Artículo publicado en el número 6 de la revista cultural digital "El Ballet de las Palabras" (diciembre de 2014).

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