Dónde me naces,
soledad,
hija sin puertas ni partos,
hija adentro.
Ya no eres alta como entonces,
cuando la sien mordías,
los verbos cercenabas a mitad de las manos,
la pasión destruíamos
y oscuro.
Pero naces: me naces, dónde tiemblas.
Quizá me reconcilias con el padre
que nunca quise ser:
el de las rocas.
Solo en seguida
tan duro como un grito,
más claro que el silencio;
solo de pronto en los años veloces,
descubro una vez más
-dónde me salvas-
mi dulce, mi menuda, mi imposible grandeza.