A quienes, además del placer de conocerle, hemos tenido la fortuna de ser alumnos de Mario, nos corresponde afirmar, sin duda alguna, que en él ha acertado a encarnarse una de las mayores virtudes de cuantas pueden adornar a un docente: la seriedad divertida. Dicho de otra forma, y afinando el recuerdo: sólo al alcance de una genialidad como la suya se hallaba, por ejemplo, la ocurrencia de rematar un episodio infructuoso en clase –de esos que necesitarían una comprensión inmediata y palmaria de los alumnos- con uno de sus míticos “no flowers?”. Mario es así: capaz de la ironía más cordial; ésa donde lo grave deviene risa en cualquier momento, porque su sangre irrevocable de profesor aprendió con los años que una de las mejores fórmulas para enseñar consiste en hacer memorable incluso el mismo pasto del olvido.
Y entiéndaseme: no es que la lengua de Shakespeare, Dickens, Wilde o T. S. Eliot se nos antojara vana lluvia de abril; sí, en cambio, y las más de las veces, un endiablado dédalo cuya vereda de salida carecía de atajos hasta su pálida angostura. De manera que Mario, con su hilo de Ariadna siempre presto, o lo que es lo mismo, con sus sencillas y concretas explicaciones, con su forma de proponer, de precisar y de corregir, con su estilo de enseñar sin trampa ni cartón, tan auténtico que el inglés, en sus clases, sonaba fluido y continuo sin asomo alguno de engolamiento, siempre se las ingeniaba para que en nuestra memoria acabaran grabándose los peculiares secretos de un idioma brumoso que, finalizado el horario lectivo, únicamente saldría a nuestro encuentro vestido de disco, de casete o de frecuencia modulada, merced a los éxitos internacionales de la música “pop”. Por eso Mario, de igual manera, se valía de las canciones de moda a la sazón como herramienta de trabajo; para nuestra sorpresa y nuestro gozo, pues entonces inequívocamente sabíamos que su faceta más jovial, más ocurrente, iba a mostrarse pletórica.
Toda esta divertida seriedad, crisol donde vinieron a fundirse conocimiento y destreza –además de cintura, mucha cintura-, ha contribuido decisivamente a hacer hoy del legado de Mario de Miguel algo grande y digno de la loa mejor; incluso más, algo completamente vivo que en nosotros, quienes fuimos sus alumnos a lo largo de varias generaciones, palpita no sólo en el inglés que con él aprendimos y ya no olvidaremos: también en el ejemplo de generosidad y entrega que día a día ha querido darnos con admirable sencillez. Como el más sabio profesor cuya pasión consiste, efectivamente, no en demostrar sino en mostrar.
En la hora de su adiós a las aulas, llegado el momento de su merecida jubilación; de tu muy merecida jubilación, Mario, deseamos decirte: Thank you very much for your hard work, your patience and your goodness. Congratulations and good luck! La mejor de las suertes, Mario amigo, en esta nueva etapa que comienzas. Como todas las anteriores, a buen seguro que llevará por bandera tu sereno entusiasmo, tu cordial alegría.
Texto publicado en el número correspondiente al mes de julio de 2009 de la revista "Este de Madrid", en Rivas-Vaciamadrid y Arganda del Rey.
(Foto: Junto a Mario de Miguel, durante el homenaje que se le rindió, por su reciente jubilación, en el Instituto de Enseñanza Secundaria "Grande Covián" de Arganda del Rey, Madrid, el pasado 12 de junio de 2009.)
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