
No ha pasado un año desde la aparición de su primer libro, Tic-tac (en colaboración con la magnífica ilustradora argentina Eugenia Ábalos, y tras haberse alzado con el Primer Premio, dentro de la Modalidad Infantil, en el Certamen de Cuentos Ilustrados "Diputación de Badajoz" de 2008), y ya en 2009 mi querido amigo Diego Arboleda tiene en su haber la publicación, bajo el sello de la Editorial Anaya, de una nueva obra que, sin duda, le consolida como una de las voces más originales e interesantes de la narrativa escrita para niños y jóvenes en nuestro país: hablamos de Mil millones de tuberías, donde esta vez comparte protagonismo con el también excelente ilustrador Raúl Sagospe.
Predominando el tono épico sobre el lírico, a diferencia de lo que ocurría en Tic-tac, Mil millones de tuberías se nos presenta como una irrevocable aventura cuyo entrañable "héroe-niño", M, acertará nada menos que a convertir su propio país en un lugar más bello y habitable a fuerza de pericia e inteligencia. A través de una especie de "educación vital", que no sentimental en este caso, el personaje de M vertebra y catapulta una historia donde asombrosos meteoritos, científicos idiotas, proscritos fontaneros e innumerables tuberías se aúnan para componer la fisonomía imposible de un reino tan metálico como sanguíneo, cálido y apasionante.
Merced a esta segunda obra, Diego Arboleda demuestra seguir en la brecha de una literatura innovadora para los más jóvenes; una literatura en la que la fantasía no se subordina en ningún momento al falso cálculo sociológico o a modernas vacuidades, sino que profundiza en las propias inclinaciones e inquietudes para hallar las auténticas raíces del sentir inteligente de los lectores, allí donde lo original no sólo parece deslumbrar: también resuena verdadero. Con sus chispazos característicos de inventiva y humor, la prosa trepidante de Diego, además, encuentra aquí un dinámico y generosísimo correlato en las muy atractivas ilustraciones de Raúl Sagospe, hasta el extremo, en muchas ocasiones, de generar un perfecto contrapunto capaz de exacerbar los perfiles más hilarantes del texto. Todo un acierto, pues, la reciente edición de Mil millones de tuberías: libro entretenido en grado sumo, y tan hermoso como sólo puede serlo lo inapelablemente necesario.
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