
Por desgracia, parece estar pasando prácticamente inadvertida la que debería ser una de las efemérides más importantes para la literatura en lengua castellana en este 2008: los primeros doscientos años transcurridos desde el nacimiento del gran escritor extremeño José de Espronceda, esa suerte de "Lord Byron hispánico", sin duda el poeta más prototípico del Romanticismo español, que vino al mundo el 25 de marzo de 1808, y moriría tan sólo treinta y cuatro años después, el 23 de mayo de 1842.
Como bien señalara Ángel del Río en su
Historia de la literatura española, "Espronceda tiene arranque lírico. Supo expresar con brío sentimientos que obedecían al influjo de la época y no eran enteramente originales, pero que él hace suyos; que fluyen sinceramente en sus versos. Es el poeta que en la literatura española, en su momento, sintió más la inquietud de los temas universales". Más allá de sus excesos retóricos, formales y temáticos, que de algún modo la alejan de la sensibilidad actual, la obra del escritor de Almendralejo resulta siempre briosa, fluida e impactante, y en ocasiones de una hondura lírica sobresaliente. Cuando el verso español había languidecido en manos de los ilustrados del siglo XVIII, Espronceda supo insuflarle nueva vida, abriéndole de paso caminos ciertos de futuro.
Recordaremos a José de Espronceda, en esta ocasión tan señalada, extrayendo de su poema narrativo
El estudiante de Salamanca un memorable fragmento de su parte segunda, bellamente concebido y muy hábilmente desarrollado: el del delirio y la muerte por amor de doña Elvira.
"Vedla, allí va que sueña en su locura
presente el bien que para siempre huyó;
dulces palabras con amor murmura,
piensa que escucha al pérfido que amó.
Vedla, postrada su piedad implora
cual si presente le mirara allí:
vedla, que sola se contempla y llora,
miradla delirante sonreír.
Y su frente en revuelto remolino
ha enturbiado su loco pensamiento,
como nublo que en negro torbellino
encubre el cielo y amontona el viento;
y vedla cuidadosa escoger flores,
y las lleva mezcladas en la falda,
y corona nupcial de sus amores,
se entretiene en tejer una guirnalda.
Y en medio de su dulce desvarío
triste recuerdo el alma le importuna,
y al margen va del argentado río,
y allí las flores echa de una en una;
y las sigue su vista en la corriente,
una tras otra rápidas pasar,
y confusos sus ojos y su mente
se siente con sus lágrimas ahogar;
y de amor canta, y en su tierna queja
entona melancólica canción,
canción que el alma desgarrada deja,
lamento ¡ay! que llaga el corazón.
***
¿Qué me valen tu calma y tu terneza,
tranquila noche, solitaria luna,
si no calmáis del hado la crudeza,
ni me dais esperanza de fortuna?
¿Qué me valen la gracia y la belleza,
y amar como jamás amó ninguna,
si la pasión que el alma me devora
la desconoce aquel que me enamora?
***
Lágrimas interrumpen su lamento,
inclina sobre el pecho su semblante,
y de ella en derredor susurra el viento
sus últimas palabras, sollozante."