Meses antes de que
Diego Arboleda (Estocolmo, 1976) obtuviese, en noviembre de 2012, el Premio Lazarillo de Creación Literaria correspondiente a ese año, merced a su obra
Prohibido leer a Lewis Carroll -de próxima aparición-, el quinto de sus títulos había llegado ya a las librerías españolas:
Papeles arrugados, tercero de los suyos publicado por la prestigiosa
Editorial Anaya y concebido en colaboración con el ilustrador
Raúl Sagospe (Madrid, 1974), tras la serie, en forma de díptico,
Mil millones de tuberías.
El hecho de que una obra en principio ideada para el público juvenil acierte a recordarnos, con inocencia inédita, los 75 años transcurridos, en 2012, desde que Pablo Picasso retratase y denunciase el horror de la guerra en su inmortal "Guernica", ya nos habla de una imaginación capaz del más natural virtuosismo. Quizá sea ésta la seña de identidad cuya incidencia se ha acentuado aquí en mayor medida respecto a las obras anteriores de Diego. Dos líneas paralelas, con un ligero desfase cronológico, y que no se abrazarán cabalmente hasta bien iniciado el relato, predisponen a una enjundia narrativa que tendrá su expresión máxima en el manejo de la cervantina técnica de la interpolación. Porque esta vez las historias surgidas dentro de la historia principal no sólo enriquecen el sustrato del libro, sino que resultan decisivas para desarrollar y ultimar su sofisticada y a la vez transparente arquitectura, fijando, de paso, la increíble estatura emocional del conjunto -incluso sin desdeñar algunos giros de reinventado melodrama-.
En todo este lance creador, de tanta riqueza, se antojaba fundamental el color y la flexibilidad del imaginario presentado por las ilustraciones; y, al respecto, cabe decir que Raúl Sagospe firma otro de sus detalladísimos y soberbios trabajos, hasta el punto de que la caracterización literaria de cada personaje parece resolverse en su recreación visual. Los niños Jaime y Greta, sus padres, el abuelo Crisóstomo y su personal en el Balneario de Melancólicos, los
monstruos llegados allí -que acabarán revelando su auténtica naturaleza-... Todos suman en un retablo de emociones animado por el común amor a los libros y la ficción salvadora, donde es posible tocar el piano en francés, y donde no se viaja sino que se pasea, si se anda y se silba al mismo tiempo.
Papeles arrugados, en fin, supone una fabulosa victoria de la fantasía sobre el tedio y la desilusión, y también sobre el fascismo y la infamia.