Félix Grande |
Vaya desde Sinfonía de las palabras este muy sentido recuerdo al gran Félix Grande, poeta, narrador, ensayista, crítico y flamencólogo, quien hoy, 30 de enero de 2014, y después de padecer una gravísima y veloz dolencia, ha fallecido en Madrid cuando se hallaba a punto de cumplir 77 años de edad. Nacido en 1937 en Mérida (Badajoz) aunque criado en Tomelloso (Ciudad Real), voz cuyo surgimiento supo abrir nuevas sendas expresivas en el contexto de la generación poética del 60 en España, Grande fue Premio Nacional de Poesía en 1978 -por su obra Las rubáiyatas de Horacio Martín-, Premio Nacional de Flamencología en 1980 y Premio Nacional de las Letras en 2004. Acababa de ser elegido Presidente de la Asociación Colegial de Escritores, con sede en Madrid.
Recientemente, la creación poética de Félix Grande, tras décadas de silencio, había regresado a su plenitud gracias a dos sobresalientes trabajos: La caballera de la Shoá y Libro de familia. En 1966 había visto la luz una de sus obras imperecederas, Música amenazada, a la que pertenece el fabuloso poema que a continuación reproducimos, "Puesta de sol", como homenaje a esta voz imprescindible en el panorama literario español de los últimos tiempos.
PUESTA DE SOL
"Mientras desciende el sol, lento como la muerte,
observas a menudo esa calle donde está la escalera
que conduce a la puerta de tu guarida. Dentro
se encuentra un hombre pálido, cumplida ya, remota
la mitad de su edad; fuma y se asoma
hacia la calle desvaída; sonríe solitario
a este lado de la ventana, la famosa frontera.
Tú eres ese hombre; una hora larga llevas
viendo tus propios movimientos,
pensando desde fuera, con piedad,
las ideas que en el papel pacientemente depositas;
escribiendo, como fin de una estrofa,
que es muy penoso ser, así, dos veces,
el pensarse pensando,
la vorágine sinuosa de mirar la mirada,
como un juego de niños que tortura, paraliza, envejece.
La tarde, casi enferma de tan lejana,
se sumerge en la noche
como un cuerpo harto ya de fatiga, en el mar, dulcemente.
Cruzan aves aisladas el espacio de color indeciso
y, allá al final, algunos caminantes pausados
se dejan agostar por la distancia; entonces
el paisaje parece un tapiz misterioso y sombrío.
Y comprendes, despacio, sin angustia,
que esta tarde no tienes realidad, pues a veces
la vida se coagula y se interrumpe, y nada entonces
puedes hacer contra ello, más que sufrir un sufrimiento
desorientado y perezoso, una manera de dolor marchito,
y recordar, prolijamente,
algunos muertos que fueron desdichados."
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