Música, memoria - "Afinando: escritos sobre música" ("El Ballet de las Palabras")

Por fin la ves reunida. Insuficiencias domésticas lo habían impedido durante varios años; años inquietos y cuya improbable lentitud sólo advertiste en los momentos de profunda desconexión con un pasado forjador de nombres míticos. ¿Hasta cuándo las sinfonías de madurez de Chaikovski, con el arrollador Evgeni Mravinski dirigiendo a la entonces Filarmónica de Leningrado, iban a hallarse separadas de la que fue otra de las audiciones capitales de tu primera juventud, la de La bohème de Puccini en la edición discográfica de 1973, con Pavarotti y la Freni, Karajan y la Filarmónica de Berlín? ¿Hasta cuándo las sonatas completas para piano de Beethoven, en la interpretación formidable de Daniel Barenboim, iban a nutrir anaqueles distintos a los siempre habitados por esas históricas Bodas de Fígaro de 1955, con las que la batuta de Erich Kleiber hizo volar a Mozart aún más alto? Hoy las distancias forzosas han quedado abolidas, y te dirías repoblado, milagrosamente, de nudos aclaratorios, luminosos, primordiales.

Por fin la ves completa, como un extraño gobelino que guardase con celo sus secretos. Y, admirando el pequeño pedazo de la fonografía del mundo que atesoras, recuerdas la firmeza señorial de Karl Böhm en su versión de la Sinfonía "Grande" de Franz Schubert con la Orquesta Filarmónica de Berlín, el virtuosismo apasionado de Mstislav Rostropovich ante la partitura del Concierto para violonchelo de Dvorák, la cerril transparencia del pianista Glenn Gould en las arduas Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach, o la respiración exquisita del conjunto "La Venexiana" en los libros de madrigales de Claudio Monteverdi. Y, de pronto, conmoviéndote entero, asalta tu conciencia y tu corazón el piano de Albéniz, los cuatro cuadernos de su Iberia bajo la prodigiosa inspiración de Esteban Sánchez; también la romanza de tenor de El último romántico, de Soutullo y Vert, en la voz ardorosa de José Carreras. Y la Segunda Sinfonía de Rachmaninov que el maestro André Previn, al frente de la Sinfónica de Londres, convirtió en himno de amor. Y, sin duda, la colosal soprano Jessye Norman cantando su despedida de los Gurrelieder de Arnold Schönberg, sobre los versos de Jens Peter Jacobsen: "Pues vamos hacia la tumba / como muere la sonrisa / en un beso feliz". ¿Quién albergará dudas acerca de las emociones con que la música puede embargarnos? ¿Quién, consecuentemente, osará negarle a una pasión su derecho a la memoria? Hoy por fin ves reunida tu fonoteca fiel, de modesta extensión pero erizada de cumbres, y comprendes, más que nunca, que los discos han sido y siguen siendo para ti no sólo la múltiple memoria del arte del sonido; comprendes, con fervor, que se cuentan también entre las estrellas más fijas y brillantes del firmamento de tu alma.


Artículo publicado en el número 5 de la revista cultural digital "El Ballet de las Palabras" (septiembre de 2014).